La prolongada sequía que afecta a España por la falta de lluvias y que se deja notar de manera especial en la cuenca del río Tajo a su paso por Extremadura ha dejado al descubierto en la unión de los ríos Almonte y Tamuja, en la provincia de Cáceres, dos puentes y una hornacina del siglo XVI que se han convertido en un atractivo turístico en la zona.
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El bajo nivel del embalse de Alcántara, uno de los de más capacidad del país, ha provocado que estos dos puentes, perfectamente transitables, emerjan de las aguas y se presenten a la vista de cualquiera que transite por la carretera Ex 390, que une Cáceres con la localidad de Torrejón el Rubio y el Parque Nacional de Monfragüe.
El acceso es fácil y se puede llegar caminando hasta la orilla de los ríos y pasear por la calzada de estos puentes que fueron construidos en la época de Carlos I de España y V de Alemania, en 1530, para facilitar el tránsito entre la capital cacereña y Plasencia, al norte de la provincia, en el trazado de lo que se llamó la Vereda Real de Castilla.
En realidad no es la primera vez que la escasez de agua deja al descubierto estas tres joyas arquitectónicas, pero ha sido ahora cuando se han convertido en casi un destino turístico para amantes del patrimonio y de la naturaleza ya que, desde que el diario regional HOY diera cuenta de su aparición, han sido cientos de personas las que se han acercado hasta el lugar para presenciar los puentes y la hornacina.
El conjunto lo forman dos puentes, cada uno con un arco y dos ventanas a los costados colocados de forma continua en el lugar donde se juntan las aguas de los ríos Almonte y Tamuja. En medio de la calzada de ambos puentes hay una hornacina que, posiblemente, guardara una imagen religiosa custodiada por algún tipo de reja.
En el paisaje natural predominan las laderas laminadas de pizarras y el barro, seco y agrietado, que cubre buena parte del enclave, deja constancia de que el estado habitual de la zona es estar anegada por las aguas.
La construcción del embalse de Alcántara, cuyas obras finalizaron en 1969, y su posterior inundación, dejaron bajo las aguas varias construcciones antiguas a lo largo del curso del río Tajo y sus afluentes que, de vez en cuando, la sequía devuelve a la vista para el disfrute de los visitantes.
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