Su mundo desapareció en 24 horas. Vivían sin saber que bajo las laderas fértiles del Vesubio latía el germen de su propia destrucción, que llegó por sorpresa en el año 79 antes de Cristo. Los habitantes de Pompeya, entre 12.000 y 15.000 personas según se estima, y los de la vecina localidad costera de Herculano, con unos 4.000 habitantes, murieron sepultados por sus propios techos, asfixiados por los gases tóxicos de la erupción, o carbonizados por un flujo abrasador de roca y aire ardiendo que se abalanzó sobre Herculano a 30 metros por segundo y 400 grados de temperatura.
Una nube volcánica de 35 kilómetros llevó la oscuridad a la bahía de Nápoles. La falta de visibilidad impedía la huida a los pompeyanos, que tuvieron unas pocas horas más de vida. Pero su mundo había sido el del aire fresco que disfrutan los actuales visitantes cuando recorren sus calles ordenadas, con el volcán al fondo. Un universo urbano de placeres y gozos cotidianos que desvela con sorprendente ternura la exposición que inaugura mañana el British Museum: «Vida y muerte en Pompeya y Herculano».
Se han reunido 450 objetos, algunos de los cuales no habían salido nunca de Italia
La muestra actúa como una varita mágica que insufla vida a las piedras muertas, reconstruyendo con sorprendente eficacia a través de 450 objetos (algunos no habían salido nunca de Italia) aquellas escenas que solo la imaginación del turista podía hasta ahora recrear. Y la vida romana que enseña está muy lejos del rugido de los gladiadores. Pompeya y la pequeña Herculano eran localidades cosmopolitas con una fuerte proporción de esclavos libres entre sus ciudadanos. Se estima que Pompeya debió tener entre 9 y 30 burdeles, la misma ciudad en cuyas paredes se han encontrado más de 50 graffitis con citas del poeta Virgilio. Un mundo de escenas tabernarias y conversaciones de alcoba que lleva a «The Times» a proclamar que «Sexo en Nueva York» ya lo descubrieron los romanos.
«Pompeya y Herculano eran dos ciudades romanas ordinarias que tuvieron un final extraordinario, y es esa ordinariedad la que nos dice tantas cosas de la vida de los romanos», explica Paul Roberts, comisario de una exposición estructurada siguiendo la vida en las calles, primero, y las diferentes estancias de las casas después. En ellas, las familias de Pompeya se retrataban con un sorprendente afán ilustrado e igualitario. Una de las pinturas muestra a «Terentius Neo y su mujer» codo con codo. Él sujeta un pergamino enrollado, símbolo de poder y sabiduría asociado a los cargos públicos, mientras ella se abraza a una tabla de escribir en representación de su estatus intelectual. «El papel de la mujer era muy diferente al de otras sociedades, como la griega», explica Roberts.
Equilibrio entre sexos
Un buen ejemplo es la estatua de la sacerdotisa Eumachia, que guarda todavía el color rojizo de su cabello. Sufragó de su bolsillo el edificio más grande del foro pompeyano, y el reconocimiento que concitaba es evidente. «No quiere decir que fueran iguales, no lo eran, porque no podían votar o asumir cargos públicos, pero mujeres como Eumachia constituyen un nuevo estrato de la sociedad romana», cree.
Se estima que Pompeya debió tener entre nueve y treinta burdeles
También las desinhibidas escenas de sexualidad conyugal que muestran algunos de los frescos más llamativos de la muestra apuntan a ese equilibrio (relativo) en las relaciones entre sexos. En un fresco encontrado en la Casa de Lucius Caecilus, la pareja parece entretenida con las posturas sexuales, ella de espaldas, desnuda y reclinada sobre él, mientras un esclavo difuminado al fondo espera sus instrucciones. La pintura colgaba en el patio de la casa, a la vista de todos. Como explican los responsables de la exposición, «los romanos estaban muy habituados a las imágenes de erotismo y sexualidad, que a menudo veían más como símbolos de fertilidad, superstición o, simplemente, de humor».
Es ese sentido del humor el que explica algunas imágenes más subidas de tono, como el de un lascivo sátiro que sujeta el pecho de una ménade, o la estatua del dios Pan en lo que antiguamente se definía como ayuntamiento carnal con una cabra. Esta jocosidad conmocionó a los arqueólogos que la encontraron a mediados del siglo XVIII en un jardín de Herculano, y se enseña en una sala aparte en el Museo de Nápoles. Pero el British Museum ha preferido integrarla en la muestra con un pequeño aviso para los padres. «No hay violencia, es una representación inofensiva y un buen ejemplo del sentido del humor con el que introducían en sus vidas temas como el sexo o la muerte», explica Roberts a ABC.
La vida en el hogar está ilustrada por delicados objetos, como una cuna de bebé de madera recuperada de la ira del volcán, o un banco para hacer una pausa en
los paseos por los patios y jardines, reconstruidos con toda su calma por el museo londinense. En la calle, los residentes menos adinerados buscaban diversión en la tabernas como la de Salvio, de la que se salvaron algunos de los frescos más reveladores de la cotidianeidad pompeyana. «Aquí», exige un cliente al camarero. «No, me toca a mí», contesta otro. Las cocinas, un espacio menor en las casas, muestran las sopas y guisos de lentejas, alubias o cebolla que preparaban cuando estalló el Vesubio. Y la subrepticia presencia de higos cuestiona la trágica fecha del 24 de agosto atribuida a Plinio el Viejo, al ser octubre el mes de esta fruta.
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