domingo, 5 de febrero de 2012

Atribuciones, desatribuciones y otras polémicas del arte antiguo




Descubrimientos de Bruegel, Goya o Velázquez encienden el debate



Iker Seisdedos Madrid


GOYA: EL GIGANTE CAÍDO Y LA PRESUNTA ‘PIEDAD’. La desatribución del Coloso (izquierda) de Goya encendió en 2008 los ánimos de los expertos; muchos la consideraron precipitada. El pintor zaragozano volvió a enfrentar a unos y a otros tras ser adjudicada a su pincel una piedad temprana por el especialista Ansón Navarro.



Los adjetivos van camino de agotarse en los talleres de restauración del Museo del Prado. Al histórico descubrimiento de la sarga de Pieter Bruegel el Viejo, El vino de la fiesta de San Martín, se une ahora la sensacional noticia que revaloriza “la Mona Lisa del Prado” hasta convertirla en una tabla de gran valor para entender mejor cómo fue concebida la pintura más formidable de todos los tiempos.

La música quizá suene familiar a los aficionados al arte, familiarizados en los últimos tiempos con gruesos titulares que hablan de gloriosos descubrimientos, de inesperadas atribuciones o desatribuciones, de polémicas de distinta índole en suma que sacuden las quietas aguas que acostumbran a surcar los maestros de la pintura antigua. Y entre la sucesión de nuevos velázquez y la reconsideración de viejos goyas cabe preguntarse si hay caso para tanto ruido.

En el caso del bruegel, el descubrimiento de la imponente sarga de tonos mate fue descrita sin titubeo por el experto holandés Manfred Sellink, director de los Museos de Brujas, como “el más importante de la pintura flamenca de los últimos 25 años”. Y la historia que se escondía tras la sentencia no era para menos. La tela emergió de la oscuridad de un pasillo de la casa de la duquesa de Cardona para doblar en tamaño a la obra más grande conocida del mejor pintor flamenco del siglo XVI, del que solo se conservaban cuarenta piezas. Rescatada de cuatro siglos de olvido por Gabriele Finaldi —el director adjunto de restauración de la pinacoteca promovió el proceso que acabó con la compra por parte del Estado por siete millones—, recobró todo su esplendor gracias a los dos años de cuidadoso trabajo de Elisa Mora, restauradora del museo.
Pero no todas las historias de arte resucitado que toman por asalto los titulares pueden exhibir el pedigrí de la del bruegel. Solo en los últimos meses se ha conocido la existencia de una presunta copia de un tintoretto realizada por Velázquez (un género en sí mismo en el asunto de las atribuciones), así como el Retrato de un caballero supuestamente obra del maestro sevillano. La mera (alta) probabilidad de su autenticidad sirvió para que la tela alcanzara en Londres en una subasta los 3,5 millones de euros, una cantidad que los compradores (y los medios de todo el mundo) calificaron de “ganga”.

A las tercas leyes del mercado y a los afanes de los coleccionistas puede achacarse la proliferación de algunas de estas historias. Pero conviene no confundir los anhelos de un marchante particular y su entusiasmo por convencer a los compradores de que se halla en posesión de una joya, con el trabajo riguroso que se realiza en el taller de restauración de un gran museo, o la labor, desinteresada hasta que se demuestre lo contrario, que llevó hace un par de veranos a sacar de los sótanos de la Universidad de Yale un cuadro titulado La educación de la virgen para presentarlo al mundo como un velázquez.


Con telas como el bruegel o la recién descubierta gemela de la Gioconda (ambas invendibles por ley), una pinacoteca como el Prado no puede hacer más negocio que el de un posible aumento en la venta de entradas. Y en el caso de la copia de Da Vinci, podría ser que ni siquiera eso: una fuente del museo dudaba ayer que la tabla, perteneciente a las colecciones reales desde 1680, se incorpore a la colección permanente expuesta. “Un melzi [en alusión a Francesco Melzi, el más probable autor de la copia] no tiene el rango para estar ahí”.

En este terreno, coinciden los expertos, los grandes museos tienen más que perder que lo que podrían ganar. Un patinazo a la hora de atribuir un cuadro puede poner en entredicho el trabajo de todo un equipo de conservadores. Por eso, el camino que lleva a una desatribución (que muchos juzgaron precipitada) como la de El Coloso de Goya (de quien, por cierto, conocimos recientemente una presunta piedad) es en la mayoría de las ocasiones más largo y tortuoso que el contrario.

Sea como sea, ¿cabe esperar que el capítulo de las polémicas del arte siga abierto y en pleno funcionamiento? Los avances tecnológicos, la voracidad de la era de la información y la atención del mercado a los valores seguros representados por los maestros antiguos, hacen confiar en ello.

Y mientras tanto, en el silencioso y meticuloso mundo de los restauradores del Prado, tan poco dados a los aspavientos del titular, se suele repetir una frase de Finaldi: “Siempre dice que España es un país en el que aún quedan muchas joyas por descubrir en posesión de particulares”. El poderío económico del imperio, se dice, llegó en la cúspide de la producción artística en los Países Bajos, Alemania e Italia, con los que España mantenía fluidas relaciones comerciales. No queda otra que permanecer atentos.


http://cultura.elpais.com/cultura/2012/02/01/actualidad/1328126976_450341.html

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