DIEGO RUIZ MATA | CATEDRÁTICO DE PREHISTORIA
En la falda de la Sierra de San Cristóbal, frente a la ciudad fenicia, se extiende la necrópolis de Las Cumbres, ocupando un amplio espacio de casi 200 Ha. -dos millones de metros cuadrados-, cuyas tumbas la ocultan la tierra y la retama espesa, como un manto protector para evitar su expolio y destrucción. Al menos, de gran parte de ella. Solo los trabajos arqueológicos, con sus datos precisos y objetivos, nos informarán en qué porcentaje ha sido dañada. Aguardamos hasta entonces expectantes a recibir los resultados. Cuando llegamos aquí, en 1979, para iniciar la primera campaña de investigación en la ciudad fenicia, buscamos afanosamente, sin éxito, la necrópolis al otro lado del río, como dictaminaban los cánones ortodoxos de los prebostes de la arqueología, mientras la recorríamos sin saber que la teníamos bajo los pies, subidos en los túmulos funerarios para otear su ubicación en algún lugar inexistente. Pasados tres años, unos amigos y colaboradores nuestros de El Puerto de Santa María, recorrían Las Cumbres en una tarde de noviembre y, al atardecer, les sorprendió un hermoso y oportuno chaparrón que les obligó a refugiarse en una oquedad que resultó ser una tumba excavada en la roca. El deseo, la casualidad y el destino marcaron un hito en la investigación del lugar. La necrópolis, tan deseada, había sido descubierta por una lluvia inesperada. Paradojas de la arqueología. Pocas semanas después, nuestro querido y siempre recordado guardián y cancerbero de la zona arqueológica, Bermúdez -D. José Fernández Bermúdez-, halló, trabajados en relieve en la roca, unos símbolos extraños, un círculo y lo que parecía un creciente lunar. Resultó la entrada de otra tumba. A partir de aquí las prospecciones han aportado numerosos datos sobre una de las necrópolis más importante de la protohistoria occidental.
Cuando se conocen las cosas, todo adquiere más sentido. Los suelos que pisábamos, sin prestarles atención, ahora adquieren un valor histórico y arqueológico que no tenían para nosotros. El paisaje profano se ha convertido en un lugar sagrado, los montículos en tumbas, los pozos casi rellenos, las oquedades en la roca, los pequeños relieves y las piedras caídas en tumbas de otro tipo, los arañazos en el suelo en atarjeas por donde discurría el agua. Después supimos que la retama, que cubre este espacio, tiene una historia corta en el tiempo, pues tres milenios atrás en este paraje se alzaban pinos, acebuches y encinas, la vida animada del bosque sagrado que se eligió para enterrar, recordar y venerar a los muertos de varios siglos. Y, como el tiempo es también muerte, hoy este lugar sagrado adquiere sólo sentido como coto de caza de conejos, que horadan las frágiles tumbas de tierra destruyéndolas a la vista de todos, y se alzan también gigantescos postes de luz que también profanan el lugar sacro sin que sepamos qué estropicios habrán ocasionado. De momento han dañado al paisajhttp://www.lavozdigital.es/jerez/v/20120427/opinion/necropolis-castillo-dona-blanca-20120427.htmle con sus estructuras metálicas entrelazadas de cables.
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