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E. BARDISA | VALENCIA
En la Valencia cristiana corría el año 1313 cuando el rey Jaime II concedió al caballero Pere de Vila-rasa la licencia para construir unos baños públicos en la ciudad. Durante seis siglos estuvieron en pleno funcionamiento.
Hoy, eclipsada por el atractivo turístico de otros monumentos emblemáticos cercanos, por los recovecos de esta pequeña y curiosa joya medieval escondida entre callejas del centro histórico ya no corre el agua.
Casi desconocidos, incluso para los propios valencianos, estos baños fueron restaurados entre los años 2000 y 2006 para recuperar su aspecto original, ya que hubo una época, en los sesenta, en los que incluso se instaló allí un gimnasio.
La visita, que nos permite conocer algo mejor las costumbres de quienes antes que nosotros poblaron la ciudad, comienza en el vestíbulo. Es la sala más espaciosa de todo el conjunto y aún conserva una de las columnas originales. Servía para desvestirse y pasar largos ratos descansando o conversando con los otros bañistas.
Construidos siguiendo los mismos patrones que los baños públicos de vapor de la época árabe, eran para hombres y mujeres, pero tenían asignados días diferentes para su uso. Ellos solían acudir solos y ellas, acompañadas por algún familiar.
A continuación, se pasaba a la sala fría, donde todavía se pueden admirar restos del pavimento originario. Es la primera estancia de la parte húmeda del baño. En ella el usuario recogía el agua fría necesaria para la higiene. Constaba de dos pequeñas habitaciones, una era utilizada para almacenar los productos necesarios para el baño. La otra estaba dedicada a las letrinas, que consistía en una caja de madera con un agujero en medio que vertía directamente a una acequia.
Las salas estaban separadas por puertas que no llegaban hasta el suelo, inclinado para permitir el correr del agua de una a otra. Y los techos de todas ellas estaban cubiertos por bóvedas de cañón, con entradas de luz en forma de estrellas. Normalmente estas aberturas estaban cubiertas por piezas de vidrio policromadas con colores, lo que daba una luminosidad especial al recinto. Estaban colocadas de tal manera que permitían la entrada de luz y aire, pero impedían la salida del calor y el vapor.
Una vez en la sala templada, los bañistas se enjabonaban, se limpiaban y acicalaban, para terminar en la caliente. A ella debían acceder con una especie de zuecos con la suela de madera para evitar quemarse los pies ya que se alcanzaban temperaturas muy altas. Para conseguir el vapor que se respiraba en aquel ambiente se tiraba agua fría sobre el suelo, ya que por debajo de este existía una galería por la que se hacía circular aire caliente gracias a un horno de leña. Podían alcanzarse los cincuenta grados, lo que ayudaba a reblandecer la piel y abrir los poros, y así se facilitaba la exfoliación posterior. En el siglo XIX era costumbre que las señoras, una vez terminaban en la sala caliente y pasaban a la templada, se hicieran dar un masaje por la doncella que les acompañaba.
Algunas de las columnas de separación son de distintos materiales, reaprovechados de antiguas construcciones, de lo que se deduce que los usuarios de estos baños eran gente humilde.
En la última fase antes del cierre, se instalaron bañeras. Pero su declive comenzó con el desarrollismo, cuando este sanitario dejó de ser un lujo doméstico para acabar instalado en prácticamente todos los hogares. Y ese fue su fin. En 1959 cerraron sus puertas.
http://www.lasprovincias.es/20120511/mas-actualidad/cultura/banhos-almirante-valencia-restos-201205112351.html
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