martes, 24 de enero de 2012

Egipto, 3.000 años de civilización y un final de cine

Toby Wilkinson ofrece una visión unificada del mundo egipcio, que llega junto con una nueva biografía de Cleopatra
ANDRÉS MONTES La permanente curiosidad sobre la civilización egipcia sustenta una continua actividad editorial que se traduce cada temporada en numerosos títulos orientados a una clientela garantizada de antemano. Desde que a finales del XVIII la expediención de Napoleón al país del Nilo alumbrara la egiptología, el interés por aquel mundo, en el ámbito académico y fuera de él, ha crecido de forma constante hasta desplazar incluso -como lamentaba Félix de Azúa en un artículo reciente - la inquietud por otras civilizaciones más en la base de nuestra cultura, como la griega. Y pese a ello, predomina una visión parcial, marcada por hitos como las pirámides, Nefertiti o Tutankamón. De la mano del egiptólogoToby Wilkinson, profesor del Clare College de Cambridge, llega uno de los remedios para superar ese conocimiento limitado a los grandes momentos. Su libro Auge y caída del Antiguo Egipto es un recorrido por casi 3.000 años de historia con una capacidad expositiva envidiable, en la que el rigor no perece ahogado por la síntesis. Otra muestra más de ese envidiable estilo de los historiadores anglosajones para conjugar el conocimiento profundo de la materia con el relato inteligible.

El libro de Wilkinson se vertebra sobre la idea de que «los antiguos egipcios inventaron el concepto de Estado-nación que todavía domina nuestro planeta cinco mil años después». Narmer, que accedió al trono alrededor de 2950 (a. C.), sería el primer gobernante de esa Egipto unificado, de ese primer Estado-nación del mundo, que se asentará sobre un extenso territorio que abarca «desde el corazón de África hasta las orillas del Mediterráneo».

Pero esa unidad se sustentaba sobre un condicionante físico: la necesidad de vivir en las proximidades del gran río «permitía a la autoridad dominante ejercer con relativa facilidad el control económico y político a escala nacional». El Nilo es así, en palabra de Toby Wilkinson, «el hilo conductor que unficaría toda la historia egipcia». El río determina primero el territorio para terminar convertido en uno de los grandes elementos ideológicos y «moldea también el modo en que los egipcios se conciben a sí mismos y el lugar que ocupan en el mundo». Los faraones «otorgaron al río y a su inundación anual un papel clave en la ideología estatal que desarrollaron para que respaldara su autoridad a los ojos del conjunto de la población».

Esa transformación de la realidad física en argamasa para cohesionar a las sociedad se completa con otros elementos. «La escritura y la realeza eran las dos piedras angulares gemelas de la civilización faraónica, las características definitorias que la diferenciaban de otras culturas antiguas», afirma el egiptólogo de Cambridge para quien «los primeros faraones supieron comprender el extraordinario poder de la ideología -y de su equivalente visual la iconografía- a la hora de agrupar a personas dispares y unirlas en su lealtad al Estado». Acorde con la singularidad cultural, «saber leer y escribir constituía la clave del poder» en un mundo en el que «la escritura cuneiforme babilónica, era la lingua franca diplomática de la época», expone Wilkinson. La escritura sustentaba una compleja organización administrativa en la que todo quedaba registrado. Era «una sociedad tan obsesionada con la burocracia y la contabilidad» que «quizá no resulte sorprendente que los teólogos imaginaran que la ponderación del valor de una personas se realizaba en una gigantesca balanza de orfebre». Ese salto entre la organización social y las conviciciones religiosas permite a Wilkinson recordarnos que «los antiguos egipcios idearon los conceptos clave del pecado original, un inframundo lleno de peligros y demonios, un juicio final ante el gran dios y la promesa de resurrección gloriosa, que se repetirían en civilizaciones posteriores y, en última instancia, acabarían configurando la tradición judeocristiana». Ahí queda esa herencia.

Aquel mundo en el que el refinamiento y las mayores ostentaciones -«la máscara de Tutankamón es quizá el objeto más magnífico jamás recuperado de una civilización antigua», afirma Wilkinson- eran compatibles con el escaso aprecio a la vida humana conoció su fin a manos de otra gran civilización, la romana. Con Cleopatra se cierra la larga lista de gobernantes que iniciara Narmer. Pero con ella se prolonga también el aura de fascinación del mundo egipcio.

En la historia de Egipcio destacan reinas como Hatshepsut -a juicio de Wilkinson, «la más eficaz y poderosa del puñado de mujeres que llegaron a gobernar el antiguo Egipto»- o Nefertitit, transformada en uno de los iconos más poderosos de aquella civilización. Ninguna de ellas supera en popularidad a Cleopatra, cuya relevancia para la historia, como protagonista de un fin de época, contrasta, por efecto de la contaminación de la leyenda, con su condición de personaje escurridizo para la historiografía.

Quizá como anticipo de la película protagonizada por Angelina Jolie, proliferan en las librerías las biografías de la última reina de Egipto. Entre ellas destaca, por el esfuerzo depurativo, la buena escritura y la fiabilidad histórica la Cleopatra de Stacy Schiff, ensayista ganadora de un Pulitzer con Vera, señora de Nabokov. El libro de Schiff -el elegido para elaborar el guión de la película con la que Jolie se unirá a Elizabeth Taylor en el altar de las «cleopatras» de la pantalla grande- intenta, según su autora, «retener los pocos hechos probados y, a la vez, arrancar las astillas del mito y la propaganda antigua».

En Cleopatra confluyen tres civilizaciones: la griega -pertenecía a la dinastía delos Ptolomeos, cuya legitimidad se sustentaba sobre una lejana vinculación con Alejandro Magno-, la egipcia en la que se encumbró -y en la que engordó su mito impulsado, entre otros factores por la enorme riqueza familiar- y la romana que marcó sus últimos días hasta su muerte en el año 30 a.C. «Cleopatra se hizo adulta en un mundo ensombrecido por Roma, que durante su infancia había extendido sus dominios hasta las fronteras de Egipto», relata Schiff. «A su muerte Egipto se convirtió en provincia romana. El país no recuperó su autonomía hasta el siglo XX». Fue el adiós a una civilización de 3.000 años.
http://www.lne.es/cultura/2012/01/23/egipto-3000-anos-civilizacion-final-cine/1188195.html

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